Ajoblanco

El ajoblanco es una sopa fría buenísima que he descubierto tarde porque en casa no había costumbre de tomarla. Mi elaboración es la tradicional, ya que pienso que hay que empezar por lo básico y después atreverse con sus versiones más heterodoxas. A mi me sabe a verano por su frescura y por ese fruto gustoso recién cogido del almendro, su precioso árbol en la floración. Llegar hasta la comestible semilla exige su tarea,  si no la compramos limpia, pues hay que quitar tres capas, primero la verde exterior, la segunda marrón más dura y la última pegada al grano que hay que escaldar en agua hirviendo. Para esta receta, estos pasos serían suficientes, en otras preparaciones habría, además, que tostarlas o freirlas. Todo ese trabajo se da por bien empleado cuando las disfrutamos en sus múltiples aplicaciones, dulces o saladas. Hoy toca salada, y creedme, es mejor que buena. Lo de ponerle tropezones a la hora de comerla va en gustos, yo le he puesto uvas, le va bien higos, picatostes, jamón, langostinos o lo que se nos ocurra. Estoy soñando con poder degustarla bajo una sombra fresca junto al mar. Cruzo los dedos para poder hacerlo el mes que viene.

Ingredientes.

-125 g de almendras crudas peladas
-150 g de pan
-1 diente de ajo
-2 vasos de agua (aprox.)
-1/3 de aceite del vaso de agua
-Sal, vinagre y pimienta
-Uvas (opcional)

Preparación:

Cortar a trocitos el pan y dejarlo en agua hasta que se ablande. Escurrir y mezclar las almendras con el pan, el diente de ajo, una cucharada de vinagre, sal, pimienta, agua y aceite. Triturar bien, echar más o menos agua dependiendo del espesor deseado, se puede colar para que nos quede fino y suave, pero yo no lo hice. Tapar y reservar al frío. Sacar y comprobar de sabor por si hay que añadirle algo. Yo lo acompañé con uvas, cada cual que le ponga lo que más le guste.